viernes, 9 de febrero de 2018

#Repost @cocinalarense (@get_repost) ・・・ Erróneamente, muchos se imaginan unos médanos cuando se les habla del semiárido. La vida vegetal y la fauna son consideradas reducidas allí a su mínima expresión, casi inexistentes. Craso error. El semiárido larense, por ejemplo, como es evidente en esta foto, tomada por uno de los caminos que conducen a Guamuy, sobre una de las laderas horadadas por el río Tocuyo, al sur de Siquisique, es rico a su peculiar manera en flora y fauna características. Y no es tanto que llueva poco, sino que llueve de forma por demás errática, con períodos de verano e invierno poco o nada predecibles, y "palos de agua" torrenciales que en pocas horas desbordan los cauces de antiguas torrenteras demoliendo todo a su paso y desapareciendo con la misma velocidad con la que irrumpen. Todo ello ha proporcionado el crisol donde a lo largo de incontables milenios la naturaleza ha creado una comunidad singularísima de seres vivos, perfectamente complementados entre sí, a los que seres humanos, cabras, perros, gatos, gallinas y pollos, han venido a sumarse en fechas relativamente recientes de la evolución humana. Desandar el polvo y las piedras de sus caminos avistando de cuando en cuando el rojo esplendor alado del cardenalito, colgar la hamaca al abrigo de las estrellas y despertarse con el canto de los turpiales, atender al habla rumorosa de sus modestos cuanto generosos ríos, convivir con la sed y la espina, aprender a administrar el vigor personal y a leer en los ojos lo que mucho mejor que las palabras expresa el silencio de sus humildes habitantes, forma (y forja) la experiencia vital con la que cada uno de sus productos y preparaciones típicas, del mute al cocuy, pasando por quesos y dulces de leche de cabra y conservitas de buche, le sabrán luego, querido lector, muy pero que muy distinto.


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